martes, 2 de diciembre de 2025

Papaya Salvietti: la gaseosa centenaria que mezcla historia, leyenda y sabor boliviano

Innovación industrial y una leyenda

Con más de 104 años de historia, Papaya Salvietti no es solo una gaseosa: es un símbolo cultural boliviano. Su origen combina emprendimiento, innovación industrial y una leyenda popular protagonizada por un duende que, según el relato, guarda el secreto de su inconfundible sabor.

Un inmigrante, una fruta y una visión

La historia de Papaya Salvietti comienza en 1918,
cuando Dante Salvietti, un inmigrante italiano, llegó a Bolivia en busca de nuevas oportunidades. Durante sus recorridos por las fértiles tierras de los Yungas, descubrió la papaya, una fruta exótica que despertó su curiosidad y se convertiría en la base de una bebida innovadora para la época.

Con una mentalidad emprendedora y un enfoque casi científico, Salvietti comenzó a experimentar con frutas locales, agua natural y una combinación de ingredientes que permanecen en secreto hasta hoy.

Innovación embotellada

En 1920, lanzó al mercado una gaseosa pionera conocida inicialmente como “Champan Cola”, embotellada en vidrio importado desde Inglaterra, un avance tecnológico poco común en aquellos años. Con el tiempo, la fórmula evolucionó y la bebida fue rebautizada como Papaya Salvietti, logrando una rápida aceptación y posicionándose como una de las marcas más reconocidas del país.

El duende y el mito que marcó la marca

Junto a los datos históricos, la marca está rodeada de una leyenda que ha pasado de generación en generación. Se dice que, durante un paseo por el Bosquecillo de Pura Pura, en La Paz, Dante Salvietti encontró a un duende atrapado entre los matorrales. Al liberarlo, el pequeño ser le ofreció una receta secreta que garantizaría el éxito de la gaseosa, a cambio de que su imagen apareciera en cada botella.

Así nació el icónico duende barbado, con sombrero puntiagudo y traje de gnomo, ordeñando una papaya como si fuera una vaca. Esta imagen se convirtió en el sello visual de Papaya Salvietti y acompañó a la marca hasta 1995, cuando la empresa enfrentó una crisis financiera.

Caída y resurgimiento de una tradición

El cierre de la empresa en 1995 marcó un momento difícil, pero no el final de la historia. Años después, Papaya Salvietti regresó al mercado, recuperando su sabor original y el entrañable duende, reafirmando su lugar en la memoria colectiva y en el paladar de los bolivianos.

Presente industrial y proyección futura

Actualmente, la fábrica principal de Salvietti, ubicada en Sucre, opera con tecnología moderna que incluye sistemas de tratamiento de agua, maquinaria de embotellado y etiquetado. La planta genera empleo para más de 70 personas, entre trabajadores directos y choferes, y proyecta ampliar su oferta con nuevos tamaños y presentaciones para responder a un mercado en constante evolución.

Un legado que sigue vivo

Más de un siglo después de su creación, Papaya Salvietti continúa siendo un símbolo de identidad, tradición e ingenio boliviano. Una gaseosa que no solo se bebe, sino que se recuerda; una historia que mezcla realidad y leyenda, y que sigue viva en cada botella.

Texto y foto: Richard Ilimuri INTERNET

martes, 1 de julio de 2025

La Thayacha: el helado ancestral del Altiplano que resiste al olvido

Elaborado únicamente con isaño, un tubérculo andino poco valorado, la thayacha —conocida como el helado andino— es una tradición culinaria del Altiplano boliviano que combina saberes ancestrales, clima extremo y alto valor nutritivo. Su producción, ligada al invierno y a la agricultura familiar, enfrenta hoy el riesgo de desaparecer.

La thayacha es uno de los alimentos más singulares de la gastronomía andina. A simple vista parece un helado rústico, pero en realidad es el resultado de un proceso ancestral que aprovecha las heladas nocturnas del Altiplano. Su único ingrediente es el isaño, un tubérculo similar a la oca, cultivado en zonas altas y frías.

Su elaboración es sencilla, pero requiere paciencia y conocimiento del clima. Primero, el isaño se solea durante varios días para reducir su sabor picante y lograr que se vuelva dulce. Luego se cuece en agua y, una vez cocido, se deja congelar a la intemperie durante las madrugadas invernales, cubierto con paja. Las bajas temperaturas hacen el resto del trabajo.

Este proceso se realiza principalmente en invierno, cuando las heladas son más intensas. La topografía plana del Altiplano favorece una congelación más uniforme, razón por la cual esta práctica es común en comunidades rurales cercanas a ciudades como El Alto, donde la thayacha tiene buena demanda. Allí, según productores, los compradores no suelen regatear el precio, aunque casi siempre piden la tradicional yapa.

Alto valor nutritivo y medicinal

Más allá de su sabor particular, el isaño destaca por su alto valor nutricional. Contiene aproximadamente 15% de proteínas, 20% de carbohidratos y 80% de agua, además de vitamina C, vitaminas del complejo B, fibra, calcio, fósforo, hierro y ácido ascórbico.

De acuerdo con la medicina tradicional andina, el isaño es considerado un antibiótico natural y se le atribuyen propiedades calmantes para afecciones renales, anemia, inflamación de la próstata, entre otros males.

El cultivo del isaño se realiza una vez al año y generalmente en asociación con otros productos como maíz, oca y papalisa. Se identifican al menos cinco variedades locales: chi’yar (negro), killu (amarillo), jach’ir (con líneas rojas), qhini (amarillo morado) y asut’i (con líneas moradas).

En las comunidades del Altiplano, el isaño se consume hervido, en huatia (cocción bajo tierra) y en forma de thayacha, aunque su consumo es cada vez menos frecuente.

Una tradición en riesgo
Un informe de la Revista de Investigación e Innovación Agropecuaria y Recursos Naturales de la Universidad Mayor de San Andrés (UMSA) advierte que las propiedades nutricionales y medicinales del isaño aún no son plenamente conocidas ni valoradas por la población, siendo las personas mayores quienes más lo consumen.

La migración rural, sumada a la falta de revalorización de los cultivos nativos, ha provocado una reducción progresiva en la producción del isaño, poniendo en riesgo no solo un alimento, sino un conocimiento ancestral que depende del clima, la tierra y la memoria colectiva del Altiplano.

Texto y foto: Richard Ilimuri Internet

lunes, 2 de junio de 2025

Esse Eja: muere Agustin Mishaja Shajaó

Fallece Agustín Mishaja Shajaó, defensor del pueblo Ese Eja y protagonista del documental Candamo: La última selva sin hombres

Con profundo pesar, informan el fallecimiento de Agustín Mishaja Shajaó, destacado líder del pueblo Ese Eja, defensor de la Amazonía peruana y figura central del documental Candamo: La última selva sin hombres (1996). Su deceso ocurrió la mañana del lunes 2 de junio, a los 78 años de edad, en la comunidad nativa Infierno, ubicada en el departamento de Madre de Dios, tras enfrentar una grave infección.

Agustín Mishaja fue uno de los tres protagonistas del reconocido documental dirigido por Daniel Winitzky, que mostró por primera vez al mundo la majestuosidad de la zona del Candamo, una de las últimas selvas vírgenes del planeta.

La obra, filmada con el consentimiento y participación activa de la comunidad Ese Eja, se convirtió en un testimonio invaluable sobre la relación profunda entre los pueblos indígenas y su territorio ancestral.

Más allá de su aparición en el cine, Mishaja fue un sabio tradicional, guía espiritual y referente cultural, conocido por su conocimiento del bosque, sus habilidades como cazador y narrador, y su compromiso inquebrantable con la defensa de su territorio. Su legado perdura como un símbolo de la resistencia y sabiduría indígena en el corazón de la Amazonía.

El velorio se llevará a cabo en la comunidad nativa Infierno, donde familiares, amigos y miembros de su pueblo rendirán homenaje a su vida y trayectoria.

Desde diversos sectores de la sociedad civil, el mundo cultural y ambientalista, se ha expresado un profundo reconocimiento a su labor y una renovada llamada a proteger la Amazonía, causa por la que Agustín Mishaja dedicó su vida.

Texto y foto: Richard Ilimuri - Internet