![]() |
La tribu que vive
sin pasado ni futuro |
En una curva
silenciosa del río Maici, en plena Amazonía brasileña, existe un pueblo que
desconcierta a lingüistas, antropólogos y filósofos desde hace décadas. No por
su violencia ni por su aislamiento extremo, sino porque parecen vivir en un
mundo donde muchas de nuestras certezas —el tiempo, la memoria, la
preocupación— simplemente no existen.
Los pirahã son
amables, risueños, curiosos. Y, sin embargo, profundamente extraños para la
lógica occidental.
Una tarde, un
hombre llamado Xigagai estaba sentado junto al agua reparando una canoa. A su
lado se sentó un misionero que llevaba años conviviendo con la comunidad. En
medio del silencio del río, le preguntó por su padre.
Xigagai levantó
la vista, pensó unos segundos y respondió con absoluta tranquilidad:
![]() |
| la vida de los pirahã, Donde el tiempo se detuvo |
—No sé.
El misionero
insistió. ¿Había muerto? ¿Vivía en otra aldea?
Xigagai se
encogió de hombros.
—Yo no lo vi
—dijo—. Entonces no lo sé.
Para los pirahã,
el conocimiento solo es válido si procede de la experiencia directa. No creen
en relatos heredados, ni en historias antiguas, ni en verdades transmitidas por
otros. Si no lo has visto, oído o vivido tú mismo, simplemente no forma parte
de tu mundo.
Y eso tiene
consecuencias profundas.
Los pirahã no
tienen mitos de creación. No conservan historias largas sobre antepasados. No
usan números exactos. No conciben el tiempo como pasado, presente y futuro.
Viven en un ahora continuo, sólido, completo.
Un lingüista les
preguntó una vez cómo decían “mañana”. No supieron responder. Tienen formas de
decir “después” o “no ahora”, pero nada que proyecte la mente hacia un futuro
abstracto. Tampoco hablan del ayer como algo separado. Lo vivido se integra… o
se disuelve.
Eso no significa
que sean imprudentes o inconscientes. Todo lo contrario. Observan su entorno
con una atención extrema. Saben cuándo el río va a crecer, cuándo un animal es
peligroso, cuándo una tormenta se aproxima. No planifican a largo plazo, pero
reaccionan con una precisión absoluta.
Una noche, una
fuerte crecida arrasó parte de la aldea. Varias chozas desaparecieron bajo el
agua. Nadie gritó. Nadie se lamentó. Al amanecer, comenzaron a reconstruir.
El misionero
preguntó si no estaban tristes por lo perdido.
Una mujer
respondió mientras ataba hojas nuevas:
—El río vino. El
río se fue. Nosotros seguimos.
Entre los pirahã
no existen jerarquías permanentes ni líderes autoritarios. Las decisiones se toman
hablando, observando, esperando. Si alguien se enfada, se enfada. Si alguien se
calma, se calma. El resentimiento no se almacena. No hay relatos internos que
mantengan viva la herida.
Un antropólogo
presenció una fuerte discusión entre dos hombres por una red de pesca. Hubo
gritos. Hubo tensión. Al rato, uno se fue a nadar. El otro se puso a cantar.
Minutos después, estaban riendo juntos.
—¿Ya está
resuelto? —preguntó el antropólogo.
—Ya pasó
—respondieron.
Esa forma de
vivir tiene un precio. Los pirahã no acumulan. No ahorran. No construyen para
el futuro. Y eso los vuelve vulnerables en un mundo que exige previsión,
documentos y promesas.
Pero también les
da algo que muchos hemos perdido: descanso mental.
Los
investigadores observaron que los pirahã duermen poco, en fragmentos cortos,
pero casi nunca sufren ansiedad. No anticipan catástrofes que no están
ocurriendo. No rumian errores antiguos. No se castigan por decisiones pasadas.
Cuando alguien
les explicó el concepto de “preocupación”, uno de ellos preguntó:
—¿Eso sirve para
algo?
Nadie supo qué
responder.
Hoy, los pirahã
siguen viviendo a orillas de su río, presionados por madereros, enfermedades
externas y leyes que no comprenden. Muchos dicen que deberían cambiar para
sobrevivir. Tal vez sea cierto.
Pero mientras
existan, su sola presencia plantea una pregunta incómoda:
¿Y si gran parte
de nuestro sufrimiento no proviene de lo que vivimos, sino de lo que no dejamos
de recordar o imaginar?
Los pirahã no
filosofan sobre eso. Simplemente viven.
Y quizá, sin
saberlo, custodian una de las lecciones más radicales de todas: que estar aquí,
a veces, puede ser suficiente.

