El burkini es un traje de baño especialmente diseñado para mujeres musulmanas que solo deja al descubierto la cara, las manos y los pies. |
El burkini es un traje de baño especialmente diseñado para
mujeres musulmanas que solo deja al descubierto la cara, las manos y los pies.
Salió al mercado por primera vez en Australia en 2003, donde fue todo un éxito;
en un mes se vendieron 9.000 unidades a un precio de unos 100 €. Fue creación
de Aheda Zanetti, una diseñadora australiana de origen libanés. El nombre es
un acrónimo de burka y bikini.
Europa se debate agitadamente sobre la conveniencia de
prohibir que las mujeres musulmanas usen, en playas y piletas del Viejo Continente
el llamado burkini, un traje de baño compuesto por un pantalón y una camiseta
de mangas largas con capucha, que cubre el cuerpo, con excepción de la cara,
las manos y los pies, como vemos en la foto.
En 1957, por cuestiones de decoro, se prohibía en Italia el uso del bikini y Cruzkini. |
Dicho atuendo es popular entre las mujeres que practican el
Islam y que viven en Europa, con la libertad de transitar como lo desean,
siguiendo únicamente las bases del respeto por los demás y sin caer en ningún
tipo de discriminación.
En el propio mundo islámico, curiosamente, hay países en los
que brigadas especiales de policía religiosa o moral vigilan la forma en que se
visten las mujeres y castigan a quien no se ajuste al riguroso código de
vestimenta imperante. En algunos hoteles, incluso, hay carteles que recuerdan a
las extranjeras que deben indefectiblemente ajustar su forma de vestir a las
pautas locales.
En 1957, por cuestiones de decoro, se prohibía en Italia el
uso del bikini. Recientemente, en Francia, autoridades de Cannes prohibieron el
uso del burkini, medida que fue luego levantada por el Consejo de Estado, pero
que continúa vigente en otros municipios. Una de las razones principales que
habían llevado a Cannes a tomar esa determinación se asociaba a la seguridad,
tras la serie de ataques terroristas que ha padecido últimamente Francia y que
fueron reivindicados por el temido grupo jihadista ISIS.
Se ensayaron otras explicaciones como la defensa de los
valores locales o cuestiones de higiene, pero lo cierto es que esas cuestiones
poco parecían pesar antes de que se produjeran los últimos ataques sangrientos
contra la población civil francesa, entre otros países que también se enfrentan
a este tipo de terrorismo.
Hubo quienes justificaban aquella prohibición en la
posibilidad de que esos atuendos permitieran esconder armas o explosivos
destinados a seguir sembrando la muerte y el pánico.
En Francia, así como también en el resto de Europa, la
opinión se encuentra dividida. Mientras el ministro del Interior francés,
Bernard Cazeneuve, se opone a la prohibición del burkini, el primer ministro,
Manuel Valls, se mostró a favor del veto a la prenda que usan las mujeres musulmanas. En palabras de Cazeneuve, una ley contra el uso del burkini sería
"inconstitucional e ineficaz" y crearía "antagonismos y
tensiones irreparables".
Entre la treintena de localidades costeras que mantienen la
prohibición figura Niza, escenario de uno de los últimos atentados terroristas,
que provocó la muerte de 84 personas y más de medio centenar de heridos.
Es ahora la propia Oficina del Alto Comisionado para los
Derechos Humanos de la ONU la que acertadamente pide que se revoque ese veto,
desde una mirada abierta y universal que se contrapone a cualquier nacionalismo
reaccionario. Aduce, con razón, que la medida atenta contra las libertades
individuales.
La historia está llena de experiencias en las que los
inmigrantes se esforzaron por integrarse a nuevas sociedades y tuvieron éxito.
Nuestro país, crisol de razas, es un buen ejemplo de ello. Muchos musulmanes
que llegan como inmigrantes a Europa occidental exigen poder vestirse según sus
propias pautas religiosas. Cabe preguntarse si la población local tiene derecho
a exigirles que respeten la identidad nacional, obligándolos a optar.
Es posible que no haya respuestas definitivas a esos
interrogantes, pero es esencial que siempre se actúe desde el respeto hacia el
prójimo, así como desde una lógica de pluralismo y tolerancia. Pueden
entenderse el temor y el dolor nacidos de los ataques terroristas, pero medidas
como las mencionadas no contribuyen a la seguridad y aumentan la desconfianza,
la polarización y la tensión que se busca reducir.
La xenofobia, la discriminación, la intransigencia y el
fanatismo jamás han sido buenos consejeros. Lejos de imponerse, la libertad se
conquista. Aunque cualquier instrumento de opresión debe ser siempre rechazado,
son las propias mujeres, como bien ha sostenido días atrás Alicia Dujovne Ortíz
en un artículo publicado en la nacion, las que han de despejar el camino que
sociedades de extremo corte patriarcal pretendan cerrarles.
El mejor ejemplo que debería poder darles Occidente es el
del respeto a la diferencia en libertad, sobreponiéndose a los miedos y
defendiendo la paz, sin alterar las costumbres que violentos y extremistas
provocadores buscan mutilar.
Texto y foto: Internet-Richard Ilimuri