Pues cuentan que hace mucho tiempo un cacique sabio gobernaba la ciudad de Coro coro con justicia y bondad.
El anciano tenía dos hijos, un varón, que había heredado la prudencia
y sabiduría del padre, y una muchacha, bella como nadie.
Un día llegó un
extranjero hasta la casa del cacique. Venía, según aseguró, de tierras lejanas
y quería pedir la mano de la hija. El muchacho era fuerte y hermoso, y esperaba
ser aceptado.
El cacique, sin
embargo, le respondió de esta manera:
-Hermoso joven,
tu petición me honra, pero eres un perfecto desconocido. Nada sabemos de ti ni
de tu pueblo. ¿Puedes mostrar alguna prenda de tu origen?
Al muchacho, que
no esperaba esta respuesta, las palabras del anciano le hirieron profundamente.
Calló y, en silencio, abandonó el lugar sin que nadie en Coro coro se diera
cuenta.
Pasó algún
tiempo, y la historia del pretendiente de la hija del cacique se había
olvidado. La muchacha estaba enamorada de un joven y con él subía hasta el
cerro a charlar y a contemplar el paisaje. Un día de los que subieron, se
dieron cuenta de que un cóndor volaba por encima de ellos y les observaba desde
la distancia. Como el cóndor no se iba y volaba alrededor de ellos, la muchacha
se asustó. Su enamorado le contestó:
-No te inquietes,
mañana regresaremos con mi honda, y si aún está por aquí, le espantaré.
Al día siguiente,
los jóvenes volvieron a subir al cerro, y al aparecer el ave, el muchacho hizo
vibrar su honda y la lanzó con fuerza y precisión hacia el cóndor. Dentro había
una piedra de oro.
El cóndor recibió
un impacto en el pecho y, volando como pudo, llegó hasta una roca donde se
posó,
moribundo.
Wiracocha, dios de los dioses, lo transformó en roca.
Algún tiempo
después, llegaron a Coro coro emisarios del imperio vecino: buscaban al príncipe
Kuntur Mallku, que había salido de viaje por diferentes ciudades para buscar
esposa y nunca había regresado.
Cuando llegaron
donde el cacique, este les explicó que sí había pasado por allí, pero que, al
no poder dar ninguna prenda de su procedencia, se había marchado.
Los hombres le
contaron entonces que Kuntur Mallku era el único humano con el poder
extraordinario de transformarse en cóndor. La hija, que estaba escuchando junto
a su padre, al darse cuenta de lo ocurrido, se desmayó y vivió el resto de sus
días con tristeza.
Al lugar donde el
cóndor se transformó en piedra le llaman desde entonces «cóndor Jipiña» y, en
aimara, esto significa `donde hace nido el cóndor'.