Pero el estudio
de la historia tiene sus desventajas y una de ellas es que te abre los ojos...
En enero de este
año terminé de revisar las crónicas que incluyen las celebraciones de los incas
—las de Guamán Poma de Ayala, Pedro Cieza de León, Cristóbal de Molina, Polo de
Ondegardo y Juan de Betanzos— y descubrí que el único que habló del inicio de
un nuevo año, pero no en junio, sino en mayo, fue De Molina, “el cusqueño”, puesto
que hubo dos —el otro, homónimo, era llamado “el almagrista”.
En el
Tawantinsuyo o Estado incaico —si quiere, llámele “imperio”— hubo cuatro
fiestas principales —el Capac Raymi, el Situay, el Aymoray y el Inti Raymi— que
coincidían con los solsticios y equinoccios, puesto que esa cultura llegó a
dominar la astronomía. Sin embargo, la forma de contar el paso del tiempo era
distinta a la de los europeos, puesto que, por una parte, se tomaba en cuenta
criterios astronómicos —la posición de los astros— y, por otra, se consideraba
las variantes agrícolas, ya que necesitaban sembrar y cosechar de la manera más
exacta posible en un ambiente, como el de la puna, que era más hostil para los
cultivos.
En los primeros
años de la invasión no se homologó calendarios, puesto que el gregoriano —que
data de 1582— todavía no existía y seguía utilizándose el juliano. Cuando
comenzó la homologación, los pueblos andinos, que ya formaban parte del imperio
español, asumieron el inicio del año entre el diciembre y enero gregorianos. La
prueba está en la crónica de Guamán Poma de Ayala que dice que enero es el “mes
de año nuebo (sic)”.
Entonces, lo que
se celebraba en el imperio incaico en el mes de Haucay Qusqi (según Guamán),
Cahuay o Chahuarhuay (De Molina), Aucay Cusqui (Ondegardo) o Hatun Cosqui
Quillan (Betanzos) y más o menos se homologa con junio es el Inti Raymi, una
fiesta dedicaba al sol que era movible, así tampoco tenía fecha fija. No era el
inicio de un nuevo año.
Por tanto, el año
nuevo andino no existe, y es incomprensible que a este engaño se haya agregado
lo de amazónico.
Al haberme
encontrado con tantas evidencias, que coinciden con la interpretación de
historiadores como Juan José Vega y Luis Guzmán Palomino, me sentí estúpido por
haber acudido tantas veces a las ceremonias en el cerro Chapini. Este año,
obviamente, no asistí. Para volver a hacerlo tendría que seguir evaluando si
vale la pena seguirle el juego a esta gran mamada