sábado, 15 de octubre de 2016

Los indigenas cerveceros

Un documento de 1923, hallado por los historiadores Ana María Lema y Roger Mamani, revela la relación entre dos labradores y la comercialización de cerveza como una valiosa estrategia de vida.


Es un día de diciembre de 1923, los indígenas labradores Dionisio Quispe y Manuel Ventura compran 36 docenas de botellas de cervezas de la Cervecería Boliviana Nacional (CBN). Tienen el firme propósito de trasladar el producto a la localidad de Viacha, según se estima, con la finalidad de comercializarla durante alguna festividad local. Sin embargo, algo impediría que concreten sus planes. 

Este documento hallado en el Archivo de La Paz fue bautizado por los historiadores Ana María Lema y Roger Mamani como los "indígenas cerveceros”. Ambos se encargaron de elaborar una recapitulación de la historia de la CBN en conmemoración de sus 130 años de existencia.

Cervecería Boliviana Nacional 1886-2016: 130 Años de Historia repasa  diferentes hechos  relacionados a una de las bebidas más emblemáticas del país y el mundo. La demanda de la cerveza que impulsa la conformación de la industria en La Paz, su contribución en el desarrollo económico del país,  su papel como estrategia de vida  y su presencia en las fiestas populares forman parte de la   investigación.

"Este es el primer documento que encontramos sobre la vinculación, tan temprana, de la Cervecería Boliviana  Nacional con un sector popular que está haciendo un negocio, transportando cerveza desde La Paz hasta Viacha en un entorno muy difícil, por las condiciones de las carreteras, para distribuirla”, explica Mamani.

La CBN fundada el 20 de octubre de  1886 como resultado de la fusión de Cervecería Americana, del alemán Alejandro Wolf, y Cervecería Nacional, teniendo como propietarios a  Luis Ernst, Hugo Preuss, Federico Groenewold,  y Eugenio Stohmann, también de nacionalidad alemana.

Labradores vs. impuestos
Al comprar las 36 docenas de cervezas, Quispe y Ventura pagan el impuesto estipulado para la venta de bebidas alcohólicas en La Paz. Emprenden entonces el largo y pesaroso camino hacia Viacha por rutas de tierra y por la cantidad de carga, probablemente ayudados por mulas.

Amarga es su sorpresa, cuando al llegar a Viacha,  el licitador del impuesto de internación a la cerveza del país les dice que su carga es contrabando.  

 "Rosendo Valencia era el cobrador de impuestos de la localidad, él les pide que paguen un nuevo impuesto para la internación de esa cerveza en Viacha (...). Ellos  se identifican como labradores, pero señalan que por necesidad de ganar dinero adquieren la bebida para distribuirla”, detalla Mamani.

Valencia les decomisa la cerveza. Como la inversión de la tal vez única dotación de cerveza para la  celebración en la localidad peligraba, los labradores deciden tomar cartas en el asunto y llegar hasta las últimas consecuencias.

Después de buscar sin éxito al Prefecto, Quispe y Ventura deciden llevar al tal Valencia a los estratos judiciales exigiendo que les restituyan la cerveza. La Corte Suprema de Distrito interviene y ordena que  la carga de bebida sea devuelta a sus propietarios una semana después.

Si las cervezas fueron devueltas o no, es un misterio. El documento finaliza con la determinación de la justicia. El hallazgo de este documento  resultado de  la búsqueda de Mamani, que también es archivista,  abrió una puerta a los historiadores para  observar cómo la cerveza se establece como vínculo entre la empresa y sus consumidores, ello  a través de estos labradores que son  distribuidores.

"Estos labradores son los  ‘proto’ distribuidores que conocemos en la segunda mitad del siglo XX y cuya figura paradigmática es Max Fernández. Esto nos muestra cómo la cerveza se va abriendo camino en el ámbito del consumo popular”, explica Lema.

Para los historiadores, el documento refleja que  la venta o reventa de cerveza en acontecimientos sociales era percibida como una valiosa estrategia económica.

El gusto del pueblo
A finales del siglo XIX y principios del siglo XX, la cerveza era consumida por alemanes y por algunos sectores de la élite paceña, pero para la segunda década del siglo pasado ya se  consumía en Viacha, según el documento. Sin embargo,  no se sabe con certeza cuál fue  la primera experiencia de distribución  de esta bebida realizada por indígenas en alguna  localidad.

La ciudad de  La Paz de Quispe y Ventura, de quienes se ignora si nacieron en Viacha, tiene impuestos municipales para la venta de "los alcoholes”, además del gravamen nacional para su consumo. El  vino, champaña,  coñac y, por supuesto , la cerveza importada y la nacional  tenían una carga impositiva. La asignada a  la cerveza estaba en constante ascenso debido a la creciente demanda nacional.

En 1923 el presidente de Bolivia  es Bautista Saavedra, se vive el auge del estaño y son las vísperas del centenario de la República de Bolivia. Años antes (1899) La Paz se convirtió en sede de Gobierno, lo que tuvo implicaciones políticas y económicas. 

La contribución económica de la cerveza se da desde entonces en varios aspectos, como la comercialización  en la que  intervienen cada vez más intermediarios. Los beneficios se distribuyen  no sólo en la CBN, sino entre los involucrados en la   intermediación.

La presencia de  indígenas migrantes del campo en las filas de los obreros de la CBN se observa   años después en registros fotográficos de la década de 1950.

Los insumos de la cerveza que compraron los  labradores eran en su mayoría importados. Para entonces la demanda de producción de la CBN superaba a la producción nacional de cebada, por ejemplo,  que también era adquirida por la compañía cervecera.

Del oro a la cerveza
Pero el ingrediente clave de la cerveza era el agua. "Sospechamos, es una hipótesis,  que la ubicación de la cervecería, donde ha estado desde un principio, no fue casual. Y que se determinó en gran parte por  la presencia de vertientes en la zona, conocida como Challapampa”, comenta Lema.

Fueron esas vertientes, según los historiadores,   las que se utilizaron en la época prehispánica para lavar oro.   En la zona se ubicaba un asiento aurífero  que fue el que  atrajo a los españoles al valle de Chuquiago.

El papel  del agua de vertiente y su pureza fue puesta nuevamente en valor cuando  CBN adquirió la cervecería Unión Huari en 1930,  en Oruro.

"Pasamos del oro a la cerveza (...). Una bebida que pasó  de ser importada a tener un creciente consumo. Ya en 1908, Bolivia exporta 351 litros de cerveza a Europa, una cantidad mínima, pero simbólica para el orgullo boliviano”, concluye Lema.

Texto y foto: Pagina Siete Richard Ilimuri Internet

martes, 11 de octubre de 2016

La masacre de Perón al pueblo pilagá

Prisioneros Pilagá fotografiados junto a un gendarme
En octubre de 1947, transcurridos dos años de la primera presidencia de Perón, la Gendarmería Nacional al mando de Natalio Faverio masacró a no menos de mil indígenas pilagás, y doscientos aún continúan desaparecidos en Rincón Bomba.


Territorio nacional de Formosa en 1947. Dos años después del “día de la lealtad peronista”. Las familias pilagás, tobas y wichis se dirigen caminando a la Compañía El Tabacal en Tartagal (Salta), propiedad del terrateniente oligarca y empresario del azúcar Robustiano Patrón Costas, en busca de trabajo. El gobierno de Perón había establecido un régimen de trabajo esclavo y el patrón no cumplió con el salario prometido. Los indígenas reclamaron y fueron despedidos. Acechados por el hambre y las enfermedades deciden volver con sus familias a su territorio en Las Lomitas (Formosa).
Los temores al “gran malón”, a la “sublevación indígena”, a “los indios revoltosos”, en “actitud de alzamiento” se expresaban en la prensa de la época y en los voceros de la clase política gobernante. Esto generó un clima propicio para la represión. La Gendarmería formó una línea de más de cien hombres armados entre el pueblo y la comunidad. Al acercarse para parlamentar empezó la represión.

El 10 de octubre comienza el otro octubre peronista, la matanza se lleva adelante. Los gendarmes provistos con ametralladoras, carabinas y fusiles avanzaron sobre la comunidad. La cacería por el monte duró tres semanas. Durante las noches los gendarmes encendían bengalas para iluminar un territorio para ellos desconocido. Fue un asunto de Estado. Desde Buenos Aires se enviaron dos aviones de la Fuerza Aérea utilizados para reprimir desde el aire. Esta fuerza lo reconoce como su bautismo de fuego.

Los testimonios de los pueblos originarios se refieren a una masacre, un genocidio. Sus cuerpos fueron arrasados por topadoras y quemados. Las mujeres y las niñas fueron violadas. Los ancianos, fusilados. Muchos fueron perseguidos hasta Paraguay, donde fueron detenidos para ser llevados a las reducciones. En el año 2006 se encuentran veintisiete cuerpos, y un grupo de abogados inicia acciones legales contra el Estado nacional por violaciones a los derechos humanos.

Nadie de Gendarmería fue castigado por la masacre y el genocidio. Santos Costas, quien fue integrante de la fuerza en el momento de los hechos, fue felicitado y ascendido por Orden 2.595 del director de Gendarmería Nacional. Luego abandona la fuerza y se convierte en juez federal en Formosa. Su juzgado tiene la causa de lesa humanidad por los hechos que se le imputan. Uno de los gendarmes espera en su casa mientras la Cámara Federal de Resistencia resuelve su imputación. Por otro lado, los pueblos originarios continúan siendo asesinados y perseguidos. Mientras una delegación de mujeres participó en Rosario denunciando al estado genocida, la Federación Pilagá invita al acto en conmemoración de los 69 años de la masacre.


Texto y foto: Hernan Perriere  Richard Ilimuri Internet

lunes, 10 de octubre de 2016

Como se edita un texto, las cinco reglas de Botsford


Gardner Botsford fue editor de The New Yorker. En este extracto de Life of Privilege, Mostly, expone unas reglas para editar un texto.]

A principios de 1948, la entrega de «Carta desde París» y «Carta desde Londres» se trasladó desde el domingo a un día más civilizado de la semana, y a mí me trasladaron con ella. Otra persona pasó a encargarse de las noches de domingo y empecé a dedicar la mayor parte del tiempo a editar largas piezas factuales: «Perfiles», «Reportajes» y textos de ese tipo. Seguí editando a Flanner y Mollie Panter-Downes –de hecho, a partir de entonces edité todo lo que cualquiera de los dos escribiese para la revista–, y también me asignaron a varios escritores de primera clase del New Yorker, con muchos de los cuales formé alianzas permanentes. Eso implicaba menos tiempo con los escritores de menor calidad con los que había empezado, los Helen Mears y Joseph Wechsberg. Helen Mears era una escritora olvidable; a Joseph Wechsberg lo recordaré siempre. Era un incordio, un Mal Ejemplo y un rito de paso para cada editor junior. Para empezar, era checo y en realidad nunca aprendió inglés. (Aquí hay una observación biológica de Wechsberg que he conservado intacta a lo largo de los años: «Sin los largos hocicos de los abejorros, los pensamientos y el trébol rojo no pueden ser fructificados».) Además, había empezado como escritor de ficción (ahora es más conocido, si es que se le conoce por algo, por algunos relatos que publicó en la revista antes de la guerra) y, cada vez que los datos que necesitaba resultaban elusivos, se los inventaba. Como su escritura estaba desvinculada de la gramática, el vocabulario y la cordura (ver arriba), podía escribir muy deprisa, y no había nadie más prolífico que él. Sandy Vanderbilt siempre decía que había editado más a Wechsberg que yo, y que había editado más a Wechsberg de lo que el propio Wechsberg había escrito, por culpa de una pesadilla recurrente en la que trabajaba en un manuscrito implacable e interminable de Wechsberg que seguía supurando por mucho que Sandy trabajara, pero cuando fuimos a la morgue y sacamos el archivo de Wechsberg, ninguno de los dos podía recordar quién había editado qué, o, para ser más precisos, quién había escrito qué. Lo que nos molestaba era que Wechsberg era inmensamente popular entre los lectores, lo que quería decir que nosotros éramos inmensa, aunque anónimamente, populares entre los lectores. Cuando llegaron algunos editores que eran todavía másjuniors que yo –Bill Knapp, Bill Fain, Bob Gerdy y un par de figuras más transitorias–, les asignaron a Wechsberg y yo quedé libre al fin. No totalmente libre, por supuesto.

Como la revista publicaba cincuenta y dos números al año, la mayoría de los cuales contenía (entonces) al menos dos piezas factuales, era demasiado esperar que los escritores de primera fila pudieran satisfacer esa demanda. Eso abrió la puerta a escritores de segunda línea y yo (como Sandy, Shawn y todos los demás) tenía que echar un
a mano. Era el tipo de trabajo que me llevó a una serie de conclusiones sobre la edición.

Regla general nº 1: Para ser bueno, un texto requiere la inversión de una cantidad determinada de tiempo, por parte del escritor o del editor. Wechsberg era rápido; por eso, sus editores tenían que estar despiertos toda la noche. A Joseph Mitchell le costaba muchísimo tiempo escribir un texto, pero, cuando entregaba, se podía editar en el tiempo que cuesta tomar un café.

Regla general nº 2: Cuanto menos competente sea el escritor, mayores serán sus protestas por la edición. La mejor edición, le parece, es la falta de edición. No se detiene a pensar que ese programa también le gustaría al editor, ya que le permitiría tener una vida más rica y plena y ver más a sus hijos. Pero no duraría mucho tiempo en nómina, y tampoco el escritor. Los buenos escritores se apoyan en los editores; no se les ocurriría publicar algo que nadie ha leído. Los malos escritores hablan del inviolable ritmo de su prosa.

Regla general nº 3: Puedes identificar a un mal escritor antes de haber visto una palabra que haya escrito si utiliza la expresión «nosotros, los escritores».       

Regla general nº 4: Al editar, la primera lectura de un manuscrito es la más importante. En la segunda lectura, los pasajes pantanosos que viste en la primera parecerán más firmes y menos tediosos, y en la cuarta o quinta lectura te parecerán perfectos. Eso es porque ahora estás en armonía con el escritor, no con el lector. Pero el lector, que solo leerá el texto una vez, lo juzgará tan pantanoso y aburrido como tú en la primera lectura. En resumen, si te parece que algo está mal en la primera lectura, está mal, y lo que se necesita es un cambio, no una segunda lectura.

Regla general nº 5: Uno nunca debe olvidar que editar y escribir son artes, o artesanías, totalmente diferentes. La buena edición ha salvado la mala escritura con más frecuencia de lo que la mala edición ha dañado la buena escritura. Eso se debe a que un mal editor no conservará su trabajo mucho tiempo, mientras que un mal escritor puede continuar para siempre, y lo hará. La buena escritura existe al margen de la ayuda de cualquier editor. Por eso un buen editor es un mecánico, o un artesano, mientras que un buen escritor es un artista.

Texto y foto: Daniel Gascon - Richard Ilimuri