"Era la tarde de un 30 de abril de 1825". La historia nos ubica en el último día del mes de abril cuando el Mariscal Antonio José de Sucre ingresaba triunfante a la ciudad de Chuquisaca.
Luego de haber triunfado en la batalla de Ayacucho el 9 de diciembre de 1824, el Mariscal Antonio José de Sucre y Alcalá emprendió viaje hacia la Real Audiencia de Charcas. Emitió el Decreto del 9 de febrero de 1825 convocando a las provincias de la Real Audiencia de Charcas a designar representantes que reunidos en una asamblea definieran el futuro de sus tierras libres del yugo español.
Dicha
asamblea fue convocada, inicialmente, en Oruro, pero por la habilidad del
chuquisaqueño Casimiro Olañeta, el Mariscal Antonio José de Sucre modificó la
sede la Asamblea a Charcas donde se reunirían por vez primera el 10 de julio de
1825. Luego de aquello decidió emprender
viaje hacia la culta ciudad de los Charcas. La población de la futura capital
de Bolivia se anotició de la llegada del Mariscal y prepararon una serie de
actividades para su advenimiento.
Llegó el día, por
todos esperado, para recibir al padre de la patria, el gran ciudadano que venía
a construir la nueva nación, a reedificar la sociedad y a regenerar al pueblo
después de haber roto las cadenas del dominio colonial.
Un chasqui
anunció la partida del Mariscal hacia Chuquisaca, todo el vecindario de la
antigua zona de San Roque y de toda la ciudad se puso en movimiento y se
conformaron comisiones de caballeros, señoras y jóvenes que se organizaron para
los decorados y ornamentación de las calles y la plaza de armas. También se
organizó la clase popular san roqueña: artesanos, obreros, vivanderas,
cocineras y chicheras tomaron a su cargo el armado de arcos con lujosa
platería, ramas de molle y flores que engalanaron la calle San Pedro (hoy calle
Bustillo), que era la calle de acceso a la ciudad para todo forastero
proveniente del sur, de las minas y de Potosí.
"El 30 de abril de
1825 quedó en los anales de la historia de Chuquisaca como un día de
imperecedera recordación: el día de la entrada triunfal del vencedor de
Ayacucho el gran Mariscal Sucre como fiel testimonio de la popularidad de Sucre
y el profundo respeto que inspiraba esa consular y esbelta figura".
La ciudad
amaneció aquel 30 de abril vestida de gala y ostentando orgullosa los
resplandores de un pueblo rico. Desde las primeras horas de la mañana, cuando
el sol apenas alumbraba los tejanos desiguales de las casas y casonas de estilo
colonial. La calle San Pedro comenzó a llenarse de gente, todos afanados con
los últimos arreglos y detalles. Era conmovedor observar a los niños
uniformados y listos para dar la bienvenida al gran hombre que estaba por
llegar a la ciudad.
En los días
precedentes el pueblo obrero se ocupó de convertir el camino del Tejar en una
calle llena de árboles bien podados y adornados con tules y banderas. Y la
ornamentación de las calles de San Roque estuvo a cargo de los propios vecinos
que demostraron esmero en el arreglo de sus fachadas. De los balcones colgaban
tapices y bordados que solo se lucían en ocasiones tan especiales como aquella
y de los mástiles de las ventanas se encontraban izados lujosos pliegues de
tocuyo simbolizando las banderas de la libertad.
Al final de calle
Bustillo, por donde actualmente se ingresa al Cementerio General, esperaba al
Mariscal una lujosa carroza que fue adornada con gazas, tules, cintas, blondas,
flores y platería.
A media mañana la
calle San Pedro estaba tan bien adornada como nunca antes estuvo, parecía un
bosque de flores que fue admirado por la población capitalina. "Lástima
que aún no se conocía la fotografía para haber conservado tan bello panorama.
Seguro tendrán que pasar muchos años para volver a ver semejante arreglo como
el que se preparó para esa oportunidad" dice, textual, la descripción
realizada en 1925 en el boletín de la antigua Sociedad Geográfica Sucre.
El trayecto desde
Potosí fue una constante ovación al gran héroe americano, hasta las más pobres
aldeas salieron a saludarlo con regocijo y profunda gratitud. A las doce y
media del medio día de aquel 30 de abril un cañonazo disparado desde las
alturas de la histórica zona de Santa Ana de La Recoleta anunció al pueblo que
la gran comitiva ya habría partido de Yotala. De inmediato los campanarios de
los diez y ocho templos de Charcas empezaron a redoblar sus campanas en señal
de bienvenida.
La alegría
rebosaba en los corazones que palpitaban más rápido inflamados de desesperación
por ver al Gran Mariscal. El gentío era tan inmenso que no había espacio ni
para un alfiler. Canticos y loas empezaron a escucharse en las esquinas del
gran pueblo de antecedentes históricos, de gloriosos títulos, el pueblo de las
grandes luchas, el pueblo de la idea de la libertad, el primero de la
revolución, el primero en encender la chispa libertaria, en fin, la legendaria
Chuquisaca que abría sus puertas al salvador de sus instituciones y lo
estrechaba entre sus brazos con el espíritu ardiente de victoria.
Tardó dos horas y media su trayecto desde Yotala. Antonio José de Sucre subió a la carroza que le prepararon vestido con un pantalón blanco con tira azul, casaca azul bordada de plata y morrión rojo con plumaje azul y blanco. A su diestra se ubicó el General Arenales y a su izquierda un diputado de Charcas. Por delante un escuadrón de los soldados más selectos de la ciudad se encargaban de abrir paso a la elegante carroza que lentamente avanzaba por debajo de los arcos de platería de la calle San Pedro.
Cuando la carroza llegó a la esquina de la Catedral un
grupo de diez vecinos notables le entregaron a Sucre un cojín rojo sobre el
cual se encontraba una gran llave de bronce simbolizando que la ciudad le
entregaba sus llaves y que el pueblo le abría sus puertas con cariño y
admiración. Sucre agradeció aquel gesto, bajó de la carroza y abrió las puertas
de la Iglesia en cuyo interior un coro de jovencitas le dio la bienvenida
entonando el himno al amor. El libertador, profundamente emocionado, las saludó
y continúo su recorrido con una serie de guirnaldas que le colgaron en su
cuello.
A las cinco de la
tarde llegó el general Sucre al frente de la Casa de la Libertad donde se
erigió un gran arco de mucha elevación del que descendió un hermoso cóndor vivo
trayendo en el pico y las garras vistosas cintas con inscripciones doradas que
decían: "Loor eterno al inmortal Sucre", "Pichincha es victoria,
Ayacucho es gloria", "vencer es azaña, libertar es más".
En su alojamiento
esperaban al Mariscal Sucre el Cabildo Metropolitano, el clero secular y
representantes de las provincias altoperuanas para darle la bienvenida mientras
las masas populares, que no querían dispersarse, llegaron hasta el lugar y por
la insistencia se les permitió ingresar al patio de la casa de gobierno que se
llenó de gentío.
Uno de los testigos oculares de aquella
jornada, el ciudadano Jorge Mallo, escribió en su diario: "el día de la
llegada del gran general una señora anciana se abrió espacio por entre la
multitud hasta llegar donde estaba Antonio José de Sucre cuya diestra besó con
religioso fervor diciéndole: Con este beso he soñado toda mi vida". Los primeros
días de mayo de ese año Sucre hizo buscar a esa señora, pero no la encontraron.
Al ocaso del día
la Catedral Metropolitana fue escenario de un solemne Te Deum concelebrado por
el clero secular de Charcas dando la bendición y bienvenida al Gran Mariscal.
La noche del 30
de abril los faroles de la plaza de armas y calles adyacentes se encontraban
encendidos cual si fuera fecha cívica y se dejaban sentir los juegos
artificiales caseramente realizados mientras se desarrollaban retretas y
serenatas que alegraron las fiestas de esa noche. Hasta altas horas de la noche
el General Sucre estuvo en el salón del palacio del gobierno recibiendo a los
personajes más respetados de la ciudad de Chuquisaca.
Al día siguiente, primero de mayo de 1825, la fiesta por el advenimiento de Sucre a la ciudad de Chuquisaca continuaba y se sirvió un almuerzo de camaradería en gesto de bienvenida a la ciudad que años después llevaría orgullosa su nombre en su honor.
Así se registró
en la historia de la ciudad de los cuatro nombres el prolongado acto de
bienvenida que se dio al Gran Mariscal Antonio José de Sucre un 30 de abril de
1825, fecha que, bajo ningún concepto, debe pasar al olvido y debe ser recordada
siempre de cara al Bicentenario de Bolivia de manera que el 30 de abril de 2025
se cumpla un acto en recordación a ese soberano recibimiento que se hizo a
Sucre, uno de los más grandes que se dio en la ciudad. Esta gloriosa fecha del
30 de abril es un tesoro chuquisaqueño.