En el vasto
oriente boliviano, donde la selva respira, los ríos marcan el ritmo de la vida
y la tierra guarda memorias antiguas, habitan los pueblos indígenas de las
tierras bajas. Son más de 30 naciones originarias que, desde tiempos
ancestrales, han sabido convivir con la naturaleza sin dominarla,
reconociéndose como parte de ella.
Chiquitanos, guaraníes, moxeños, guarayos, ayoreos, chimanes, mosetenes, ese ejja, tacanas y muchos otros pueblos mantienen vivas culturas que no solo hablan del pasado, sino que dialogan con el presente y reclaman un futuro digno.
Territorios donde
la historia sigue viva
En la
Chiquitania, el pueblo chiquitano, el más numeroso de las tierras bajas,
resguarda una herencia marcada por la música, el trabajo comunitario y la
relación espiritual con el bosque. Más al sur, en el Chaco, el pueblo guaraní
conserva una profunda historia de resistencia frente a la colonización y la
explotación, aferrado a su identidad y a su lengua como banderas de lucha.
En regiones más
aisladas, como el Chaco seco y la Amazonía profunda, pueblos como los ayoreos,
tsimane, mosetenes, ese ejja y tacanas continúan practicando la caza, la pesca
y la recolección, defendiendo su derecho a vivir según sus propias formas, algunas
de ellas amenazadas por el avance de la frontera extractiva.
Una cultura que
se siembra y se hereda
La vida
comunitaria es el corazón de estos pueblos. La agricultura ancestral —basada en
la yuca, el maíz y otros cultivos nativos— se combina con rituales, relatos
orales y una espiritualidad profundamente ligada a la tierra, los animales y
los ríos.
Sus lenguas
originarias —como el guaraní, el mojeño, el chiquitano o el tsimane— no son
solo medios de comunicación, sino archivos vivos de conocimiento, hoy
reconocidos como idiomas oficiales del Estado Plurinacional de Bolivia.
En la actualidad,
muchos de estos pueblos se organizan en Territorios Indígena Originario
Campesinos (TIOC), espacios que representan mucho más que una delimitación
geográfica: son territorios de identidad, memoria y supervivencia cultural.
Sin embargo, enfrentan desafíos constantes: la presión sobre sus tierras, la deforestación, la pérdida de sus lenguas y la amenaza a sus formas de vida tradicionales. Aun así, su resistencia persiste.
Los pueblos
indígenas de las tierras bajas no son vestigios del pasado. Son guardianes del
presente y del futuro, portadores de saberes esenciales para la conservación de
la biodiversidad y para repensar la relación entre la humanidad y la
naturaleza.



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