El pie de foto indica que fue publicada, originalmente, en 1982 por la revista mexicana en un reportaje sobre la actividad guerrillera en Huehuetenango |
Guatemala pasó en los 70 varios regímenes militares y enfrentamientos con las guerrillas que perjudicaron a muchos ciudadanos inocentes. La premio Nobel de la Paz no fue una de esas víctimas.
La receta es siempre la misma. Un escritor relativamente prestigioso, una autobiografía con licencia para contar cuanto uno quiera -sin ser por ello verdad-, una serie de medios de comunicación que entran al trapo para construir la leyenda, y si es posible una película. Y, así, la cena está servida: una heroína, Premio Nobel de la Paz, embajadora de la UNESCO, y Premio Príncipe de Asturias de Cooperación Internacional. Rigoberta Menchú Tum es la protagonista de los mitos de esta semana.
Elisabeth Burgos fue en este caso la artífice de la mentada biografía. Rigoberta contaba y Elisabeth escribía. Con el tiempo, la autora quiso corregir datos que descubrió que eran falsos, sobre todo cuando se enteró de que Menchú había sido propuesta como candidata para el Nobel de la Paz. No se le hizo caso. Más tarde el antropólogo David Stoll desmontó, palabra por palabra, todos los tejemanejes que Rigoberta había construido para su biografía. Pese a estar demostrado de sobra la veracidad de la publicación de Stoll, corroborada además por los mismos familiares Menchú y Tum –familia paterna y materna de Rigoberta-, el comité del Nobel creyó oportuno no retirarle el premio. Y si se consultan sus biografías en Wikipedia o algunas enciclopedias de papel, aún sigue en pie la fantasiosa versión que dio la afamada guatemalteca.
Rigoberta cuenta en sus memorias que jamás pudo acceder a una educación, que su familia y ella fueron explotados por terratenientes, y que conoció las injusticias desde muy pequeña, y por ello desde su más tierna infancia fue reivindicativa y activista. Incluso afirmó que uno de sus hermanos murió de hambre.
La muerte de su hermano ha sido desmentida en varias ocasiones por su familia, y por el propio hermano, Nicolás, que sigue con vida. Rigoberta jamás tuvo problemas en su educación, sino que al contrario, estudió en varios internados y en una institución privada católica de gran prestigio de Guatemala, el colegio Belga, y se estima que llegó a la universidad de San Carlos.
Los terratenientes de los que se quejaba –esos adinerados especuladores- eran precisamente sus familiares. La familia de Rigoberta tenía extensos terrenos de su propiedad que provocaron disputas entre los Tum –temas de herencias, repartos y demás-. En la biografía que ella dictó, estos hechos quedaron disfrazados como una persecución de unos desconocidos terratenientes que querían explotarles y hacerles morir de hambre. Efectivamente, la versión falsa es mucho más contundente y trágica.
No trabajó de criada en la capital. No recibió vejaciones racistas. No fue explotada. Cuando no estaba estudiando o haciendo excursiones al pueblo desde los internados, formaba parte de un grupo juvenil, católico, donde hizo grandes amistades y ayudaban en la parroquia. No se respiraba ningún clima político en sus ambientes.
Salvo su padre. Es cierto que su progenitor participaba en protestas activas y formaba parte de varios grupos guerrilleros. Rigoberta ha relatado ante las cámaras, en directo ante el mundo, que la policía quemó vivo a su padre en la embajada española en Guatemala. Obvió contar que el conflicto lo provocó su propio padre, Vicente Menchú, que entró en la embajada armado y acompañado de varios miembros de la guerrilla EGP (Ejército Guerrillero de los Pobres) y asesinaron a tiros a uno de los rehenes.
También afirma Rigoberta haber sido testigo ella, junto a sus padres y familiares, de cómo su hermano fue asesinado a manos de los militares. En su biografía cuenta con pelos y señales de qué manera fue asesinado y su lenta y terrible muerte, tal como ella –dice que- lo vio. La realidad es que ella no estaba, ni su familia tampoco, donde se supone que esto había sucedido. El ejército llevó prisioneros a Chajul, a los que se le suponía guerrilleros, y después aparecieron muertos para intimidar a la población. Se baraja que uno de los guerrilleros podría ser su hermano mayor. Y hasta ahí toda la verdad del asunto.
Así, suma y sigue, tanto Stoll, como la pretendida y arrepentida biógrafa de Menchú, como periodistas al estilo de Larry Rother -del New York Times-, o el historiador Greg Granding, han desmontado cada capítulo de la Historia de ficción creada por Rigoberta, que si bien algunos hechos de represión puedan ser reales, no le acontecieron a ella sino que fueron otros los protagonistas. Si bien no hay que olvidar que en 1979 aún estaba terminando de estudiar, y en 1983 ya publicaba su autobiografía y hablaba en las Naciones Unidas, por lo que deja esto poco margen para toda una vida de activismo y sufrimiento.