viernes, 10 de noviembre de 2023

Inuit: Una tanga de piel de foca, creada en el siglo XVIII

Una tanga de piel de foca, Inuit

En el frío ártico de Groenlandia, un objeto singular emerge como testigo del pasado 

Curiosamente, no son pocos los pueblos indígenas y tribales que no han querido asimilarse. Incluso hay algunos que viven en aislamiento voluntario.  Y no viven ni en la edad de piedra, ni como hace cincuenta ni como hace cinco. Todas las sociedades evolucionan y esas han evolucionado de manera diferente. 

Si a nivel tecnológico quizá no se hayan desarrollado como las que conocemos, han desarrollado otros sistemas sociales, más amables con el medio ambiente, que no abandonan a los individuos, y viven sosteniblemente en armonía con su entorno natural.

Es así que en el frio ártico de Groenlandia se encontró una tanga hecha de piel de foca, creada por los Inuit en el siglo XVIII. Este objeto, más allá de su función práctica, simboliza la destreza y adaptabilidad de los Inuit para sobrevivir en condiciones extremas, utilizando cada recurso a su disposición. 

Su dueña, probablemente un mujer inuit, habría valorado este objeto no solo por su utilidad, sino también por su significado cultural y conexión con la naturaleza.

Hoy, esta tanga se encuentra como un preciado artefacto que nos recuerda la rica historia y tradiciones de los Inuit, y su relevancia en el contexto contemporáneo resalta la importancia de preservar y valorar las culturas indígenas.


Internet

jueves, 9 de noviembre de 2023

TITICACA: La Leyenda del lago sagrado

Sirenas en el Lago Sagrado
Una pareja de jóvenes, recién casados, que vivían en la Isla flotante de los Uros, querían tener hijos, pero no podían; para esto, un día la mujer se acercó a las orillas de la Isla y le pidió al Lago Titicaca que le dé un hijo para que lo cuide y crie muy bien.

Cierto día, la mujer estaba haciendo las cosas de su casa y sintió un llanto que venía de la parte posterior de su casa ella salió para ver que era, entonces se dio con la sorpresa que el lago de había concedido su deseo de tener un hijo y le regaló a un bebe muy rubio.

Esto fue la noticia principal para los habitantes de la Isla, pasado el tiempo el niño creció y ya tenía 6 años y le gustaba la pesca como a su padre; un día su padre le comentó que en las aguas del lago Titicaca se aparecía una sirena los niños obedientes y educados y a su vez les concedía deseos y peticiones, el niño entró en una inquietud profunda a causa de lo que su padre le contó, a partir de ese momento el niño salía solo a pescar al borde de la Isla.

En cierta oportunidad, después de lanzar el cordel junto con la carnada y el anzuelo, pensó si se le apareciera la sirena ¿Qué le pediría?, en su corazón solo pensó en un juguete; un rato después el cordel comenzó a avisar que había caído un pescado, pero grande fue la sorpresa cuando vio que el anzuelo se había enganchado en el hombro de la sirena, sangraba de gran manera. La sirena le pidió que la deje ir y que no la maltrate, el niño le hizo caso y al dejó libre, pero antes de irse, la sirena dijo que le pidiera un deseo, el pidió un juguete, la sirena se zambulló y después de un rato salió con un lindo torito de barro, que se lo dio al niño; él lo recibió muy feliz, al ver este gesto, la sirena le dijo que cada vez que quiera algo sólo venga a pescar y ella subiría a conceder su deseo.

El niño y la sirena s encontraban de manera muy frecuente; hasta que, en una oportunidad, la mamá del niño rubio cayó muy enferma y no se podía curar, viendo esto los habitantes de la Isla dijeron que la mamá se sanaría, siempre en cuando, el niño se vaya a otro lugar a vivir; viendo esto el padre hizo la decisión de sacar al niño a una Isla muy lejana y dejarlo solo allí. Al enterarse, el pequeño se lo contó a la sirena, quien viéndolo llorar le propuso que se fuera con ella a vivir; pero también le hizo recuerdo que si le hacia una petición ella se la concedía. Entonces el niño le dijo que la sanara a su mamá; la sirena se zambulló y sacó del fondo del lago unas hojas y él dijo que el prepare un mate. 

El pequeño corrió a su casa y después de convencer a su padre, le prepararon la infusión y se lo dieron a beber; ella reaccionó y se sanó, pero entró la inquietud a los habitantes para preguntarle al niño de donde había sacado esas hojas que no había en la Isla, él les contó pero no le creyeron.

Tiempo después la Isla recibió una gran tormenta del lago que casi se hunde, lo cual también culparon al niño, les dijeron a sus padres que tenía que sacar definitivamente de la Isla y llevarlo muy lejos.

El pequeño se enteró de esta decisión y otra vez contó a su amiga la sirena, ella otra vez se lo quiso llevárselo, pero antes le entró la ambición a su papá de las cosas que la sirena podía hacer y le manifestó a su hijo que si de nuevo se encontraban con la sirena le pidiera oro y plata.

Sucedió como su padre tramó, tuvo el oro y la plata,  también el padre se los contó a los habitantes y ellos pusieron de acuerdo para tender una trampa a la bella sirena para obligarla a decir de donde traía el oro y la plata; cuando el niño quiso advertirla ya era demasiado tarde, ella había caído en la trampa de los hombres, los cuales lo llevaron a un lugar seco para hacer que confiese el origen del oro y la plata, pero ella solamente se podía comunicar con el niño, entonces la combaron a maltratarla, luego trajeron al niño; al verla, el pequeño niño rubio corrió hacia la sirena, ante la mirada atónita de los habitantes ella empezó a transformarse perdiendo la cola hasta convertirse en una mujer rubia, al niño le salió una cola como de pescado luego saltó al agua del lago y se escapó.

La sirena murió dejando escapar a su pequeño porque ella, era la verdadera madre del niño, como retribución a los malos actos de los pobladores, el niño hizo una maldición para que vaguen por todo el Lago Titicaca y no tengan un lugar fijo donde vivir.



martes, 7 de noviembre de 2023

PERCY HARRISON FAWCETT: La barbarie durante el auge cauchero en Bolivia


Choza nativa, Bolivia, 1907.
"Un abultado correo me esperaba en Riberalta y dejé de lado todos los otros pensamientos para leer las gratas nuevas de la patria, anheladas desde hacía tanto tiempo. Había periódicos, comunicaciones oficiales y lo más importante de todo (las) instrucciones para posponer expediciones ulteriores, a causa de dificultades financieras. Me regocijé con esto, porque fuera de haber tenido martirio suficiente para un buen tiempo, debía completar mapas, redactar informes y dar los toques finales al esquema exigido para el ferrocarril de trocha angosta de Cobija".

"Riberalta necesitaba un dique flotante, (y) me pidieron que lo planeara y estudiara el presupuesto correspondiente. No tuve objeciones para quedarme aquí, ya que había mucho que hacer y me pagaban por el trabajo. Lo único que no podía soportar era la inactividad. No era probable que por un tiempo al menos hubiera embarcaciones para ir a Rurrenabaque, pues la lancha gubernamental “Tahuamanú” quedó por fin en un estado imposible de reparar y la habían varado en algún sitio río arriba. Con la perspectiva de una (estadía) indefinida en Riberalta, Daniel se puso su terno de xapury y se fue de parranda".

"En cuanto a Willis, sus excesos en la bebida ya lo habían fondeado en la cárcel. Su libertad se debió exclusivamente a sobornos de funcionarios venales. Me demostró su gratitud abandonándome, para establecerse por su cuenta como vendedor de licores en una cabaña de los arrabales de la ciudad, donde su propia debilidad podía ser satisfecha a expensas de otros adeptos. Feo, el penúltimo de mis indios, murió".

"A pesar de la fuerza privada de traficantes de esclavos que había en el Madre de Dios, los indios estaban produciendo dificultades, y fue en realidad en ese mismo río donde un indio sometido mató con un hacha al administrador de la barraca Maravillas, destino a que seguramente se había hecho acreedor. Los pacaguaras (Etnia Pacahuaras) tenían una reputación más negra que la que realmente merecían; pero, por regla general, no perdían oportunidad para hacer todo el daño que podían. Durante un viaje a la desembocadura del (rio) Orton, con el propietario boliviano de una pequeña propiedad cauchera, me encontré con algunos de ellos en la selva y me parecieron bastante inofensivos cuando, por fin, adquirieron la confianza suficiente para dejarse ver. Fueron localizados por los indios de nuestro grupo, que los olieron, pues los aborígenes tienen un olfato tan aguzado como el de un sabueso". 

"Era obvio que pertenecían a los indígenas más degenerados; eran gente pequeña, muy morena, con enormes discos en sus orejas colgantes y palos atravesados en sus labios inferiores. Nos trajeron regalos de caza, considerando que cualquiera otra actividad que no fuera la cacería estaba por debajo de su dignidad. Degenerados o no, asociaban a todos los indios civilizados con las expediciones para buscar esclavos, tan frecuentemente practicadas en sus poblados, y no querían tratos con ellos".

"Hay tres clases de indios, los primeros son dóciles y miserables, fácilmente domeñados; los segundos, caníbales peligrosos y repulsivos, raramente vistos; los terceros forman un ' pueblo robusto y hermoso, que deben tener un origen civilizado y a los que rara vez se encuentra, porque evitan la cercanía de los ríos navegables. Este es un tópico que pretendo tratar detenidamente en capítulos posteriores, pues se eslabona con la remota historia del continente".

"La corrupción y la ineficacia estaban a la orden del día en Riberalta. Se había designado a un nuevo juez, que también era el carnicero oficial, negocio éste altamente productivo pues muy pocos podían evitar de transformarse en sus clientes. El soldado de los dos mil latigazos, a quien habían dejado con los huesos a la vista, para que pereciera, había sanado y se encontraba muy satisfecho de su condena. Estaba enormemente gordo —resultado general, según me dijeron, de tales flagelaciones, siempre que la víctima sobreviva— y no mostraba irregularidades al caminar, pese al hecho de que le habían cortado las nalgas".

¡LLEGO EL GANADO!

"Fue un peón el que gritó estas palabras, mientras estaba en la ribera del río, observando la llegada de los batelones. Miré hacia donde indicaba, esperando ver animales de las planicies de Mojos que iban al matadero de nuestro juez-carnicero; pero en vez de eso percibí un cargamento humano. El propietario de una barraca de Madre de Dios se encontraba en la primera embarcación, y una vez que llegó a tierra, se dedicó a vigilar a sus mayordomos, armados con látigos formidables, que conducían hacia la playa a un piño de treinta personas de tez más o menos blanca, de Santa Cruz, cuya expresión de miseria abyecta mostraba demasiado claramente que se daban cuenta exacta de la terrible categoría que ocupaban en la escala social. No sólo había hombres en ese extenuado grupo, sino también mujeres".

—¿Qué son? Pregunté a un funcionario de la aduana boliviana—. ¿Esclavos?

—Por supuesto. —Me miró, sorprendido de mi estúpida pregunta.

—¿Quiere decir que esa desgraciada gente ha llegado hasta aquí para ser vendida?

—¡Oh no, señor! Sólo los indios de la selva se venden públicamente. Este ganado se negocia por el valor de sus deudas; todos son deudores, y el monto de ella es el valor mercantil de sus cuerpos. Es una transacción privada, usted comprenderá; pero el que desea un hombre o una mujer puede obtenerlo si está dispuesto a pagar el precio.

¿Sucedía esto en 1907, o el tiempo había retrocedido en mil años?

“Sólo los indios de la selva se venden en pública subasta.”

La brutalidad revelada por esta actitud enfurecía al gobierno boliviano, tanto más porque era incapaz de hacerla cesar, y enfurecía también a toda la gente de mente recta. Antes de mi regreso a Riberalta ocurrió un caso típico de los “depravados salvajes” esclavizadores, extraídos de la escoria de Europa y América Latina.

"Una expedición en busca de esclavos llegó hasta una aldea (la etnia) de los toromonas, gente muy inteligente y nada difícil de tratar. Al jefe no le gustaron sus visitantes; pero, de todas maneras, ordenó a su esposa que trajese chicha en señal de amistad. El cabecilla de los traficantes, temiendo ser envenenado, insistió en que el jefe indio bebiese primero, lo que éste hizo, y mientras estaba parado con la vasija levantada lo abatió una bala, muriendo instantáneamente. Comenzó en el acto la cacería de esclavos y los sobrevivientes fueron llevados al Beni. Una mujer que tenía un niño recién nacido fue herida en el tobillo e imposibilitada para caminar; fue arrastrada hasta el río, para ser remolcada corriente abajo en una balsa, detrás de la lancha. Cuando el grupo de la embarcación se cansó de esto, la dejaron al garete, para que alcanzara la orilla como pudiera. Los perpetradores de esta espeluznante aventura se jactaron abiertamente de sus actos, orgullosos de su “victoria”. ¡Contaron cómo habían cogido a los niños de los pies, azotándolos contra los árboles hasta matarlos! No hay la menor duda de la autenticidad de estas atrocidades, ni existe tampoco la menor exageración de mi parte. ¡Ojalá que así fuese! Llamar "bestias" a estos demonios constituye un insulto a los irracionales, que no están dotados con la maldad humana. Si hubiesen estado avergonzados de sus actos, habrían dado como excusa la muerte de algunos esclavizadores en una apartada aldea, a consecuencia de beber chicha envenenada". Lejos de eso, ellos veían en ese caso motivo para una venganza, ¡y qué venganza!.

"Muchos de los indios a los cuales se les ha inculcado civilización son inteligentes y de gran habilidad manual. En algunas misiones les han enseñado oficios, y se desenvuelven muy bien; aprenden idiomas rápidamente, pues son de naturaleza imitativa; pero muy pronto degeneran física y moralmente.

Algunas veces se daba vuelta la rueda de la fortuna. No hace mucho tiempo, una firma envió una expedición desde Riberalta a buscar esclavos a la selva. Encontraron después a los traficantes cortados en pequeños trozos, flotando río abajo en una gran canoa hueca. De otra expedición al Guaporé regresó sólo un hombre, completamente loco, ¡royendo la carne descompuesta de un fémur humano! Es bueno saber que estos brutos obtienen a veces lo que se merecen. Yo no les tengo la menor simpatía.

Tomado de: EXPLORACIÓN FAWCETT - Internet